Un par de días después de este primer encuentro, acabamos en un pequeño museo dedicado a escritores escoceses. Había material sobre el piratesco y muy recomendable R.L Stevenson, de quien quizá debamos hablar en otra ocasión, así como de algún otro escritor cuyo nombre nunca recordaremos. Pero el gran protagonista era sir Walter. Supimos de su vida personal, no muy interesante, y de su obra literaria, que cada vez me intrigaba más. Un título en particular me resultaba vagamente familiar: Ivanhoe. Creía recordar haberla visto en alguna estantería de mi casa… habría que echarle un vistazo.
Fue así como el libro entró en mi cola de lectura, aunque aún pasarían varios meses hasta que llegara su turno. Hace unos días terminé el último capítulo, quedandome un buen sabor de boca que me ha llevado a escribir estas líneas.
En fin, hablemos del libro en cuestión El ejemplar que he leído forma parte de la colección de novelas de aventuras que publicó hace un tiempo El País, en formato de bolsillo, con una traducción muy digna, y el ridículo precio de dos euros. Por otra parte, la portada es pobretona, con un dibujo bastante flojo de un caballero al galope sobre fondo azul. Puesto que el título de la novela no aporta demasiada información, todo lo que sabía cuando la abrí por primera vez es que estaba escrita por el señor (perdón, sir) Scott, y que aparecería, por lo menos un caballero. Quizá incluso se llamara Ivanhoe.
Debo señalar que el género caballeresco nunca se ha contado entre mis preferidos, lo que puede resultar chocante, si tenemos en cuenta que me chifla la fantasía medieval. Pero mi actitud hacia estos libros ha mejorado ligeramente en los últimos tiempos, después de leer la magnífica saga Canción de Hielo y Fuego (más conocida por el título de su primer libro, Juego de Tronos) que, entre muchas otras cosas, habla de tipos enlatados que se pelean a caballo. Aunque Ivanhoe es una obra muy distinta (y, en mi opinión, ni de lejos tan buena), no faltan elementos comunes entre ambas. Por citar unos cuantos, además de los mencionados guerreros en conserva tenemos torneos de caballería, asedios, juicios por combate y alegres hombres del bosque. Eso sí, no esperéis intrigas políticas dignas de tal nombre. Ivanhoe es, ante todo, una historia de aventuras.
Resumiendo, y sin reventar detalles de la trama, la novela transcurre en Inglaterra durante el reinado de Ricardo Corazón de León, que por supuesto se encuentra lejos de su reino, luchando en las cruzadas mientras su hermano Juan gobierna despóticamente. La nota de originalidad estriba en que, mientras otras historias similares se centran en la resistencia de los héroes contra un tiránico Juan, en Ivanhoe se da especial importancia al conflicto entre sajones y normandos. Pocos años después de la conquista de Inglaterra a manos de los refinados y caballerescos normandos, los sajones, gente rústica que aún invoca ocasionalmente a los dioses nórdicos, no ven con buenos ojos a sus nuevos gobernantes. La novela muestra el punto de vista de los sajones, sin caer en el simplismo de buenos contra malos. De hecho, el propio rey Ricardo pertenece a una dinastía normanda, y el caballero Ivanhoe es su principal campeón.
El reparto es uno de los puntos fuertes, con personajes muy humanos y repletos de matices alternándose con otros más caricaturescos, que no obstante resultan divertidos y entrañables. Sin embargo, y por extraño que parezca, el que da título a la novela no se encuentra en ninguno de estos dos grupos. En efecto, Ivanhoe es un tipo plano y más bien insulso, que ni siquiera participa en los principales eventos de la historia, bien por estar ausente, bien por tener que recuperarse de sus heridas. Su único mérito consiste en tener un nombre bonito que queda bien en la portada de una novela.
Frente a la sosería del héroe, llama la atención lo logrado que está el papel, tradicionalmente secundario y superficial, de la doncella en apuros. La bellísima Rebecca, hija de un rico comerciante judío, y por lo tanto perteneciente a una raza universalmente despreciada, consigue conmover y enamorar a héroes, villanos y lectores por igual. Es un personaje trágico que se enfrenta a las adversidades con una difícil mezcla de humildad y dignidad. A lo largo de la historia, Rebecca eclipsa a todos los demás actores (incluyendo a la distinguida y aburrida dama Rowena, enamorada de Ivanhoe y doncella “oficial” de la obra), siendo en muchos sentidos la verdadera protagonista.
No menos importante es la abundancia y calidad de los villanos. Aunque los primeros capítulos parecen indicar que el principal antagonista será el inevitable príncipe Juan, ejerciendo de tirano de opereta, lo cierto es que éste pasa pronto a un segundo plano. A partir del segundo tercio del libro, las maldades quedan en manos de auténticos hombres de acción: el caprichoso aunque honorable mercenario Maurice de Bracy, el brutal barón normando Front-de-Boeuf (literalmente, “frente de buey”), y el orgulloso caballero templario, Brian de Bois-Guilbert.
La orden del temple, por cierto, presenta en esta obra una imagen bien distinta de aquella a la que podemos estar acostumbrados por la ficción más reciente. Desde luego, estos templarios no encajan en el perfil de sabandijas conspiradoras aficionadas a esconder tesoros, guardar secretos terribles, y dejar acertijos y mensajes en código. En Ivanhoe, los templarios son guerreros brutales: aplastan cráneos, azotan sarracenos, desafían a quien se les ponga por delante, secuestran doncellas, y queman brujas.
Finalmente, en el libro aparecen una serie de personajes misteriosos, cuya identidad se oculta al lector durante la mayor parte de la historia. No seré yo quien desvele sus secretos, aunque no me resultó particularmente difícil adivinarlos. Como nota curiosa, debo decir que me acostumbré tanto a los apodos que se les da en un primer momento, que se me hizo muy extraño ver cómo de pronto el narrador pasaba a referirse a ellos por sus nombres de pila. Me dio la sensación de que los personajes perdían, de este modo, parte de su mística.
Concluyendo, Ivanhoe es una lectura muy recomendable, si bien no me atrevería a calificarlo de imprescindible (categoría en la que sí entraría, por ejemplo, la ya mencionada Juego de Tronos). Ofrece buena prosa, aventuras razonablemente épicas pero verosímiles, buena documentación histórica (o lo bastante buena para no engañar a un lego en la materia como soy yo), y personajes memorables. Algo de humor, mucha acción, predominancia del amor platónico frente al sexo, aunque sin caer en la ingenuidad.
Me decepcionaron algunos aspectos, como la trama, excesivamente simple. La acción se desarrolla en escenas, entretenidas y bien narradas, pero también algo inconexas. Poco de lo que se cuenta contribuye realmente al desenlace, que se hace un tanto arbitrario. Precisamente en la secuencia final se da un giro injustificable (el que lea el libro lo reconocerá fácilmente, cuando llegue) que arruina la verosimilitud y casi impulsa a dejar de leer. Con todo, Ivanhoe consigue dejar al lector un buen sabor de boca. Que no es poco.