El Ingenio de Juanelo

sábado, 12 de julio de 2008

Hace tiempo quería seguir con la idea de Wachinayn de escribir sobre personajes históricos para hablar un poco de Juanelo Turriano, un ingeniero Italiano íntimamente relacionado con la ciudad de Toledo y cuyas ideas recuerdan a las de otro genio de aquél país, Leonardo Da Vinci. Mi primer contacto con este personaje fue en el prólogo del examen de una asignatura optativa de la carrera, y buscando más información sobre él he llegado a la conclusión que quizás lo más acertado sea transcribir ese mismo examen. Así la entrada es doblemente insólita, primero por presentar a este fascinante personaje, y segundo por lo extraño de la fuente. Es un poco larga, pero os aconsejo que la leáis hasta el final, porque vale la pena.

En tiempos del Imperio Romano, Toledo contaba con un acueducto que suministraba agua a la ciudad desde el embalse de Alcantarilla, construido en el siglo II. Pero, en tiempos posteriores al Imperio, una avenida catastrófica destruyó el embalse, y el suministro quedó confiado al rústico procedimiento de los aguadores que, utilizando burros como medio de transporte, la acarreaban desde el río Tajo. Como curiosidad, estos trabajadores eran llamados “azacanes” y en el Tesoro de la Lengua Castellana, editado por Sebastián Covarrubias en 1611, se dice de ellos:

“[…] en la ciudad de Toledo, adonde comúnmente los aguadores son gavachos, y se hacen muy ricos con un solo jumento o dos. Por estar la ciudad en alto y no haber fuentes, es necesario subirla del río, así para beber de ordinario como para henchir los aljibes, y cuando vuelven éstos a su tierra embastados los remiendos de sus capas gasconas con escudos, dicen de los toledanos: Es suya el agua y vendémossela nos.....”.

Y así fue hasta que Luis de Escosura, un ingeniero de minas, instalara en el año 1868 unas bombas hidráulicas movidas por una turbina de vapor. El procedimiento de aguadores con burros, además de su dudosa higiene, parecía a muchos poco acorde con la relevancia histórica de la ciudad Imperial que, a pesar de haber dejado de ser corte —en beneficio de Madrid, capital a partir del año 1561— mantuvo una gran importancia durante todo el reinado de Felipe II, lo que motivó que entre los siglos XVI y XIX se sucedieran los intentos de subir el agua desde el Tajo por algún procedimiento tecnológico más avanzado. La mayor dificultad que había que afrontar era el desnivel de 90 m entre el río y el Alcázar, lugar elegido para situar los depósitos de acumulación y distribución de la ciudad. Este desnivel forzaba a las tuberías de las bombas convencionales a trabajar con una presión de 9 atmósferas, enorme para la tecnología de tubos de aquel entonces. La ruptura de tuberías provocaba el fracaso de los intentos e hizo que, para calificar a algo de inverosímil, los toledanos de aquel tiempo inventaran una frase popular que decía “esto es como subir el río a Zocodover”. Zocodover es la plaza más concurrida de la ciudad.

El único intento que tuvo éxito fue el llevado a cabo por Juanelo Turriano, que es como se conoció en España al ingeniero italiano Giovanni della Torre, extraordinario relojero y fabricante de mecanismos —entonces los ingenieros eran ingenieros a secas, entendían de una amplia variedad de ingenios y no restringían su actividad a una única especialidad— que acompañó a Carlos I a su retiro de Yuste y, tras su muerte, pasó al servicio de Felipe II.

Precisamente por recomendación del rey, la ciudad de Toledo le encargó a Juanelo la construcción de una máquina que fuera capaz de subir 400 cargas de agua en 24 horas, es decir, unos 12.400 litros diarios. Juanelo dio una solución muy innovadora y elegante, construyendo dos ingenios de “cucharones” por los que, mediante un movimiento alternativo, el agua iba subiendo sucesivamente de unos a otros hasta salvar el desnivel que hay entre el Alcázar y el río. El movimiento de los cucharones provenía de una rueda hidráulica de las de “empuje por debajo” instalada en el río, y el truco de hacer subir el agua saltando de un cucharón a otro permitía que ésta estuviera siempre a presión atmosférica, evitando así el espinoso problema de la presión. Como contrapartida, los ingenios eran francamente complicados, de lo que da idea el que cada ingenio, en su conjunto, estuviese compuesto por más de 20.000 piezas, y que estuviese establecida en 24 torres —en la figura 1 sólo se han representado 2—, distribuidas a lo largo de un recorrido de 300 m, con una serie de 8 cucharones cada una. El movimiento de la rueda se transmitía a los cucharones por medio de una biela y una intrincada transmisión a base de tirantes de madera y embragues automáticos, que detenían periódicamente el movimiento en cada torre para dar tiempo a que la serie de cucharones llenos de agua transfirieran su carga a los que estaban vacíos. Tal transferencia se hacía por gravedad, de tal forma que, al pasar de un cucharón lleno a otro vacío, el agua descendía un desnivel equivalente al 10% del desnivel ganado con el movimiento del cucharón lleno. Además, para desarenar el agua y evitar así problemas de abrasión en el delicado ingenio, Juanelo instaló una primera etapa de elevación constituida por una noria convencional de 42 cangilones, también alimentada por una rueda hidráulica, que subía el agua unos 14 m hasta un depósito intermedio, donde la tomaba el primer cucharón.

Figura 1. Esquema de las máquinas que construyó Juanelo

Figura 2. Detalle del funcionamiento de una de las torres del ingenio de cucharones

El primero de los ingenios (cuyos detalles constructivos se aprecian en las figuras 1 y 2) entró en servicio el 23 de febrero de 1565, y su funcionamiento fue excelente. Suministraba 17.000 litros diarios de agua, que era bastante más de lo suscrito en el acuerdo entre Juanelo y los regidores de la ciudad. El ingenio concitó la atención de numerosos visitantes nacionales y extranjeros, y fue referido con frecuencia por los escritores de aquel tiempo:

«...le doy al Rey modo de ganarse a Ostende....
- Bien ve vuesa merced que la dificultad de todo está en ese pedazo de mar; pues yo doy orden de chuparle todo con esponjas y quitarle de allí. Decíame que Juanelo no había hecho nada, que él trazaba agora de subir toda el agua de Tajo a Toledo de otra manera más fácil....”por ensalmo”...Y al cabo me dijo:
- Y no lo pienso poner en ejecución si primero el Rey no me da una encomienda.»
Quevedo (El Buscón, Libro 2º - Capítulo 1)

«Vi el artificio espetera,
Pues con tantos cazos pudo

Mecer el agua Juanelo,

Como si fueran columpios:

Flamenco dicen que fue,

Y sorbedor de lo puro:

Muy mal con el agua estaba

Que en tal trabajo la puso.»

Quevedo

«A vos digo, señor Tajo
.........................................

A vos el vanaglorioso

por el estraño artificio,

En España más sonado

que nariz con romadizo.»

Góngora

«... pienso, antes de que de esta ciudad me parta, ver lo que hay famoso en ella, como es el Sagrario, el artificio de Juanelo, las Vistillas de san Agustín, la Huerta del Rey y la Vega. »

Miguel de Cervantes (La Ilustre Fregona)

«¿Qué edificio es aquél que admira al cielo?

Alcázar es Real el que señalas.

¿ y aquél, quién es, que con osado vuelo

a la casa del Rey le pone escalas?

El Tajo, que hecho Icaro, a Juanelo,

Dédalo Cremonés, le pidió alas,

y temiendo después al Sol el Tajo

Tiende sus alas por allí abajo. »

Luis de Góngora

«A Toledo volveremos

Veré la Iglesia Mayor

De Juanelo el artificio..." »

Lope de Vega

Estos ingenios aportaron mucha fama a su diseñador y constructor pero, paradójicamente, también aportaron su ruina, porque los regidores de la ciudad nunca pagaron lo prometido a Juanelo, que se había endeudado fuertemente para su construcción. En el año 1575, Juanelo se encontraba en una situación desesperada porque no le habían pagado ni los 8.000 ducados prometidos por el ingenio ni los 11.400 correspondientes al mantenimiento de los 6 años que llevaba en funcionamiento (a modo de referencia, una vaca costaba entonces 4 ducados, y el alquiler de una casa unos 14 ducados al año). Los regidores se excusaban diciendo que el agua no beneficiaba a la ciudad, porque se utilizaba toda en el Alcázar. La intervención del rey logró un acuerdo, suscrito el 21 de marzo de 1575, por el que Juanelo se comprometía a construir un segundo ingenio similar al que ya estaba en servicio. El primer ingenio quedaría para uso exclusivo del Alcázar y el segundo de la ciudad, cobrando Juanelo 10.000 ducados del rey y 6.000 ducados de la ciudad. En el año 1581 entró en funcionamiento el segundo ingenio. El rey sí le pagó, pero no así los regidores de la ciudad —que esta vez no se molestaron en buscar excusas— y Juanelo murió arruinado el 13 de junio de 1585. La última carta que, poco antes de su muerte, escribe al rey Felipe II termina con una patética expresión de angustia:

“[…] por mis muchas deudas y por ser yo estrangero y morir en esta ciudad donde me han tratado como sabe V.Md., queda con mi muerte mi casa en tan extrema necesidad, que se avrá de pedir limosna para me enterrar...”

Póstumamente, el rey ordenó el pago de 6.000 ducados a la hija de Juanelo, Bárbara Medea. Nada póstumo puede reparar nada. Ni lo hizo el pago del rey a Bárbara, ni lo hará el que recordemos aquí a Juanelo con cariño. Pero aun así, no estará de más el que dediquemos este ejercicio como homenaje a quien fue un valiente soñador (contaba con 65 años y era ya famoso cuando decidió arriesgar toda su fortuna en la aventura toledana), un cumplidor de su palabra a carta cabal (sus ingenios funcionaban incluso mejor de como él había anunciado antes de su construcción), y un magnífico ingeniero cuyas ideas aun nos admiran hoy.

Y así terminaba el prólogo y empezaba el examen propiamente dicho. Si alguno se ve con fuerzas de resolver alguno de los problemas con los que se encontró Juanelo, puede bajarse el examen con su solución aquí. Como véis lo he copiado tal cual, con la excepción de un par de extractos literarios más que me han parecido interesantes. Éstos los he encontrado en este GeoCaching que hace un fantástico y extensísimo repaso a la vida y obras del ingeniero, que os recomiendo que léais si tenéis tiempo. Es curioso que también en este caso los autores nos propongan problemas para resolver a lo largo del texto, y es que parece imposible desligar la figura de Juanelo Turriano de las fórmulas, cuentas y mecanismos que siempre rondaron por su cabeza, y que le llevaron a ser mundialmente reconocido y a vivir en la miseria.

4 cucamonas:

Iruma dijo...

La verdad es que eran curiosos los exámenes de ESOL.

Rodrigo Garcia Carmona dijo...

Ese examen también lo hice yo. Un puntazo. :P

Qué gran asignatura es ESOL. Junto con FELC la mejor optativa de primer ciclo.

Anónimo dijo...

Pobre Juanelo -____- ¡Qué malos los toledanos! No sabía nada de este señor, aunque haya un instituto con su nombre.

Una entrada interesante, sip sip.

Sarg Bjornson dijo...

Este fue el examen que hicimos todos en manada, creo XD

Recuerdo con cariño esa asignatura, no sólo por lo gracioso del examen, sino porque saqué un 5.0 sin haber ido a clase ni haber dado un palo al agua. Mi tipo de asignatura favorita!