Crepúsculo, como (no) te queremos

sábado, 28 de noviembre de 2009


(todos los derechos de la imagen reservados a la señora de la portada, no queremos que nos azuze a los fanboys/girls!)

¡Creo que esto es casi un guest post, viendo mi ritmo imparable de entradas! ¡En cualquier caso, al asunto!

Leyendo críticas y sorna sobre Crepúsculo, esa gran obra (perdón, saga) literaria con la que Stephanie Meyer ha decidido mejorar el mundo, encontré una parodia bastante graciosa sobre los primeros días de Edward y Bella, incluyendo una explicación poco convencional sobre la portada del libro...

El relato original podéis encontrarlo aquí: Estadísticas curiosas sobre Crepúsculo, un poco después del número de veces que la belleza de Edward es descrita en el primer libro. Su autora me ha permitido traducirlo para vosotros no internet-adictos.

Y recordad, las pelis siempre serán mejores porque los protas están to buenos y no hay que sufrir perlitas como: "Yacía perfectamente inmóvil en la hierba, su camisa abierta sobre el pecho esculpido, incandescente, sus brazos centelleantes desnudos".

Seriously, W T F.

Y aquí os dejo mi traducción, después del salto!. La autora original ha intentando ser todo lo fiel posible a los adjetivos usados por el diccionario de sinónimos de Meyer, pero yo he tenido que "usar" mi imaginación, no voy a leerme los libros para ver los que ha usado el traductor/a a español. ¡Disfrutadlo, monstruitos!


Atardeceres

Edward se inclinó hacia mí, su rostro perfecto a centímetros del mío. Su aliento, dulce y delicioso, cubrió mi cara. Sus ojos dorados brillaban de amor.

“¿Qué te parece...?” susurró, su voz aterciopelada ronroneando en mi oído.

No pude responder, abrumada como estaba por su piel centelleante. Brillaba como un diamante al sol, una criatura divina ante mí.

Sonrió burlón ante mi confusión, pero entonces, su rostro oscurecido, tronó: “¡No te hagas la difícil, Bella!”

Me encogí de miedo, pero su expresión se suavizó inmediatamente, con una carcajada clara y resonante, y se inclinó hacia mí de nuevo. Sus dedos, fríos y pálidos, acariciaron mi mejilla. Dejé de respirar.

“Ven aquí”, dijo, levantándose con uno de esos movimientos más rápidos que el relámpago a los que me había acostumbrado. “Quiero mostrarte algo”.

Me llevó a una cañada. Él pisó elegantemente en la hierba empantanada de la ribera. Yo tropecé con un canto rodado y acabé de cara en el barro. Edward rió. ¿Cómo era posible que me amara? Él, que es tan guapo, bello y perfecto. La estatua de David hecha hombre. Un Adonis, un dios, un ángel.

Se quitó los zapatos, remangó el bajo de sus vaqueros y tuve que ahogar un gritito ante la visión de sus tobillos, blancos y suaves. La luz del sol se reflejaba en las uñas de sus pies, cada una un brillo nacarado de perfección. Nunca antes había visto sus pies. Nunca pensé que pudiera ser más atractivo de lo que ya era, pero parecía que su belleza no conocía límites.

Mi corazón latiendo alocadamente en mi pecho, se escapó hacia mi garganta, rebotó en media docena de costillas y finalmente se aposentó en algún lugar cerca de mi rótula. Me desmayé.

Más rápido que una bala, Edward me levantó en sus brazos marmóreos y me acunó contra su pecho de granito. “¿Bella? ¡Bella!”, gritó, “¡No!”

Pero la visión de su cara perfecta y gloriosa retorcida en una mueca de angustia inundó de tortura mi cuerpo. “¡Edward!” logré exclamar.

Sus labios fríos e infatigables presionaron los míos, pero no me atrevía a moverme por miedo a romper su control, tan irresistible era para él el perfume de mi sangre. No podía tolerar el saber que había causado dolor a Edward forzándole a comerme. Mi corazón revoloteó alrededor de mi rótula.

El beso acabado, Edward me puso en pie. Sin moverme, tropecé con un palito y hubiera caído en el arroyo de no ser por Edward, que me sujetó en su abrazo férreo.

“¿Responderás a una pregunta, querido?” le interrogué.

“Por supuesto, mi amor... mi vida, mi todo”, Edward dijo, destrozando piedras distraídamente con los dedos de sus pies. Le observé, hechizada por un momento, antes de recuperar la compostura.

“Una vez te pregunté si podías convertirte en un murciélago y tú simplemente te reiste”

Otra vez esa mueca. “Era una pregunta estúpida. No nos convertimos en murciélagos. ¿Por qué ibamos a hacer eso?”

“¿Pero... te puedes convertir en algo?”

“Por supuesto”. Se estiró, y su camisa se levantó lo suficiente como para dejar entrever sus abdominales esculpidos. Hiperventilé y me desmayé.

Cuando desperté, Edward estaba hablando.

“... como disfraz”


“¿Qué?”, pregunté sin aliento.

“Dije que nos convertimos en fruta. Es perfecto para pasar desapercibido”. Me observó cuidadosamente, preguntándose si esta revelación sería la que me convenciera por fin de que era un monstruo y me hiciera irme, gritando, de su lado.

“Oh.” Dije. “¿Qué tipo de fruta?”

Parecía frustrado, molesto, eufórico, asustado, nervioso, gruñón, divertido, somnoliento y triste. Como un arcángel venido de los cielos que me bendecía con su presencia. “Una manzana”.

“Oh. ¿Puedo verlo?”

La furia enrojeció sus rasgos. “¡No!” ¡Qué es lo que no entiendes? ¡Soy un peligro para tí! ¡Podría matarte! ¡Debería abandonarte, para siempre!” Se abalanzó sobre mí y me envolvió con sus brazos. “Debería irme, ¡ahora mismo! Es la única manera de que estés segura.”

La desesperación me inundó, tan densa y pesada que me nublaba la visión. “¡No, Edward! No me dejes. ¡Sé que sólo hemos estado juntos tres horas, pero quiero pasar la eternidad contigo! ¡Por favor!

Se retiró y me miró intensamente, miles de emociones agitándose en sus ojos de topacio líquido. “¿Lo dices de corazón, Bella?”

“Sí”

“Muy bien. Que así sea”

Su rostro glorioso, perfecto, celestial se inclinó hacia mí, y sus labios frígidos tocaron mi cuello. Rugió profundamente en su garganta, un sonido que recorrió mi columna como un rayo.

Entonces vino un dolor, un dolor agudo. Su abrazo se hizo más fuerte. Gemí su nombre. Mi vista se oscureció hasta que lo único que podía ver era el brillo de su piel, llamándome al paraíso.

Y después, nada.



*****


Edward observó el cuerpo de Bella Swan, pálido y sin vida en sus brazos pálidos y sin vida.


“Ups.”

Sus sollozos sacudieron el bosque durante seis largos segundos. Despues, erguido, limpió una gota de sangre de la comisura de sus labios.


“Ñam.“


Corrió hacia el borde del bosque, más rápido que ninguna criatura viviente, mientras se preguntaba si esa chica, Ángela, querría ser su nueva compañera de laboratorio...




FIN

1 cucamonas:

Rodrigo Garcia Carmona dijo...

Anoche me confirmaron que lo de hiperventilar es verídico...